Poesía

PUENTES ROTOS

Puentes rotos

Me contaron que el otro día vieron a un joven de pelo largo, de unos 35 años, que estaba caminando
en círculos muy cerca de la tumba de su padre. Su cabeza se movía en ambos sentidos del reloj al
mismo tiempo que fruncía las cejas y se mordía los labios como queriendo decir: «Maldita sea, no me
animo pero de todas maneras tengo que hacerlo …»

Y así fue que, llegada la noche, cansado y decepcionado por no ser capaz de darle una salida a sus
más íntimas reflexiones, tendió su cuerpo en el primer banco que encontró, bajo el brillo de miles de
estrellas que parecían abrazarlo y brindarle el confort que necesitaba para descansar su mente
angustiada. De a poco sus ojos se fueron cerrando…

De repente, sintió un cosquilleo insoportable en la punta de su nariz. Algo o alguien lo estaba
fastidiando y ante una posible amenaza decidió muy levemente abrir primero el ojo derecho para
cerciorarse de que el intruso no fuera a ser espantado.

El repentino visitante de la noche resultó ser un «Nahual», que en lengua maya quiere decir «el que
deja la forma humana para adquirir la de un animal elegido». Esa afinidad psíquica, basada en una
especie de parentesco entre el alma del brujo y del animal en el que se transforma, da vida a un
perfecto guía hacia el inframundo, al mundo de los muertos.

Ese felino de gruesos caninos y piel motada, o jaguar, como se lo reconoce normalmente, tenía la
extrema sensibilidad de comunicarse con otras criaturas superiores a través de su mente; ahora le
estaba leyendo los pensamientos al joven muy detenidamente.

Después de unos minutos, ambos estuvieron de acuerdo en el camino a seguir. El Nahual comprendió
perfectamente la necesidad que tenía el joven de viajar al mundo de los muertos. Sin señas ni gestos
de ninguna clase, el felino se bajó de su pecho y comenzó a marchar silenciosamente hacia una zona
que distaba unos cincuenta metros de la entrada al Panteón en donde se encontraba la tumba de su
padre.

El joven se incorporó y lo siguió, como obedeciendo a alguna clase de protocolo de comunicación que
alguien hubiese grabado en su cerebro. Finalmente ambos llegaron a un espacio en donde se
sentaron muy cerca el uno del otro. Alrededor de ellos había exactamente catorce piedras diminutas
separadas con exactitud, guardando un espacio milimétrico entre ellas. El joven y el Nahual estaban
justo en el centro del círculo.

Los pensamientos del joven fueron rápidamente guiados por aquella criatura mística del bosque que
parecía tan sólo querer ayudarlo a cruzar el puente entre los dos mundos. De tal manera, que a través
de la proyección inconsciente de los pensamientos, el Nahual le fue describiendo paso a paso cual
sería la posible vía de encuentro con su ser querido. Y le transmitió el significado de las piedras
puestas en esa determinada manera y apuntando en esa determinada dirección, de acuerdo a la
posición relativa de la tierra con respecto a los demás planetas en ese preciso momento.

Fue entonces cuando los párpados de aquel joven cayeron vencidos por la gravedad y su conciencia
fue dejando paso a un mundo etéreo, sin normas y sin leyes, donde los seres flotaban
despreocupados por el hoy y desinteresados por el mañana. Su cuerpo cual pluma en medio de un
vacío que reflejaba la profundidad de las almas perdidas, se dirigía confiado hacia un lugar seguro.

Súbitamente comenzó a percibir en su cerebro una serie de pensamientos, de frases perfectamente
conectadas entre sí que provenían de la criatura de la noche, quien a su vez, lo esperaba con ansias
de su regreso al mundo de los vivos. Supo así, que el Nahual le estaba transmitiendo a la distancia un
discurso que a manera de texto, representaba el diario que su padre había estado redactando
semanas antes de partir.

Comprobó rápidamente que, a pesar de que su cuerpo era sólo pura energía en desplazamiento, era
al mismo tiempo y sin explicación alguna, capaz de expresar los sentimientos más delicados, más
íntimos y sinceros que jamás hubiese podido manifestar en el mundo de los vivos. Las palabras que
continuaba recibiendo le estaban causando tanto dolor que enseguida fue capaz de comprender por
qué su progenitor no paraba de reprocharle su conducta despreocupada durante los últimos días de
su existencia. Su padre estaba utilizando al Nahual para comunicarse con el joven de pelo largo. Pero
lamentablemente no existía la posibilidad de que la transmisión fuera en sentido inverso. Con lo cual,
todo fue tristeza, mucha decepción, y todo ello se fue grabando a fuego en su alma en pena, que
solo pretendía regresar a su cuerpo para ser de nuevo un todo feliz…

Y así fue que luego de un momento, de unos cuantos segundos que le parecieron una eternidad, el
tiempo necesario para que sonara una campana en su conciencia, que no lo despertó del todo, pero sí
lo sacudió lo suficiente como para que tomara la decisión de continuar o no por el camino que lo
conduciría a la recta final en donde moraba el alma de su padre.

El rostro del joven expresaba que todo el coraje que lo había empujado a emprender este viaje astral
lo había abandonado, súbita e injustamente, en medio de la desesperación y de los reproches que le
acababan de ser transmitidos y que tanto odiaba.

De esa manera, totalmente en trance y bajo los efectos hipnóticos, sintió como su alma se estaba
aproximando a una velocidad asombrosa al mundo de los vivos desde aquel precioso instante en que
se había separado de su cuerpo ñsico.

Nuevamente cayó en su cuerpo y de a poco fue sintiendo que sus pies volvían a tocar tierra. «Quizás
padre, – fueron las últimas palabras que le escucharon decir en voz baja- la semana que viene vuelva
y decida intentar un nuevo viaje. No lo sé» …

Me contaron que vieron a un joven de pelo largo acostarse en el banco que estaba frente a la tumba
de su padre. Completamente relajado, tuvo la intención de ir cerrando de a poco los ojos, cuando de
repente vio que encima de su pecho estaba parado un «Nahual». Fue entonces cuando el joven de
pelo largo le susurró al oído diciéndole (sabiendo quizás que el felino tenía la capacidad de
comprenderlo):

«Debería largarme para siempre y olvidarme que mi padre ha dejado de existir». El Nahual parecía
trasmitir, en ese preciso momento, cada palabra del hijo a su progenitor sin que el agobiado joven lo
supiera. «Quisiera volverme cien veces alma para estar todo el tiempo a su lado y así transformar el
frío de las tinieblas en el calor de los vivos. Me gustaría retroceder las horas y los minutos, y disfrutar
de cada segundo como si no fuera el último. «Padre… ¿Cómo serían nuestras vidas si no existiesen los
puentes rotos …?»

Por Martín Guida
gmartin049@gmail.com

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