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PENSAR, NO CREER

La fortaleza de una vida humana es el resultado de un trabajo intensivo que se realiza en su interior. Pensar, no creer.

Pensar, no creer.

Los grandes movimientos y las grandes ideas también necesitan espacios intensos de cierto sostén en lo clandestino, un trabajo íntimo y silencioso, para que el despuntar sea preciso, acotado, inteligente, vital en todos los órdenes de la vida.

Pensar es un acto profundamente intenso.

El pensamiento racional no es intenso, es especulativo: razonamos, conjeturamos pero no nos transforma. Horas y horas especulando, sin modificarnos. Si yo no me transformo con el pensamiento, no es pensamiento. El verdadero pensamiento es una operación en el espíritu.

Buscamos certificar lo que creemos o lo que queremos. Es necesario cuestionar nuestras certezas, el mejor de nuestros calmantes: dan sueño y entumecen el pensamiento.

Nosotros necesitamos pensar, no creer. Esto requiere un profundo trabajo intelectual y el coraje y la humildad necesarios para tolerar las disidencias y las disonancias que mueven el pensamiento como así también recuperar la curiosidad, el bien más preciado de la naturaleza humana, siempre disponible aunque muy frecuentemente atrofiada por los hábitos, los condicionamientos y la pereza.

Son tiempos propicios donde es necesario pensar con lucidez y sin dogmatismos para adquirir niveles más potentes de conciencia y comprensión.

Por Lic. Susana Stacco

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