Más allá de la comprensión racional
Las cosas de nuestra experiencia cotidiana responden a un principio lógico que es el principio de identidad, un árbol es un árbol. En este régimen de la existencia cada cosa es lo que es; un árbol no puede ser una estrella.
El árbol es idéntico a sí mismo, no puede ser al mismo tiempo otra cosa.
Para el pensamiento simbólico el árbol no es solo el árbol físico, visible, que todos conocemos.
Cuando una cosa se convierte en símbolo, en este caso el árbol, ya no habla sólo de ella, está simbolizando otro nivel de realidad.
En un régimen racional, en el que subyace el principio de identidad, las cosas tienen un solo significado.
En otro régimen de la experiencia las cosas tienen un matiz polivalente, pueden significar varias cosas, tener varios sentidos a la vez.
La simbolización es un modo de trascender la vida reducida al dato inmediato. El árbol se convierte en símbolo cuando la realidad física del árbol hace presente una fuerza, no particular, no tangible, no observable, sino universal, sutil e invisible.
En las culturas arcaicas, el árbol simboliza un elemento fundamental que no es directamente visible, que es un atributo universal de la existencia.
La vida que nosotros observamos, la vida física, vegetal, animal, la vida de los cuerpos humanos, en principio, es vida que nace, crece, envejece y muere; es vida que aparece y desaparece.
Para un pensamiento simbólico, mítico o religioso, el pulso más profundo de la vida no es la vida que aparece y desaparece sino que es la vida que siempre reaparece.
La rueda o el ciclo temporal de las estaciones muestra en forma patente que la vida que muere cada invierno resurge en cada primavera, porque en el círculo siempre volvemos al punto de partida. Por lo tanto la vida empírica del árbol habla de algo que no sólo está en el árbol sino que está en el universo y que no es visible como tal. Es el poder de la resurrección de la vida, como un atributo, en principio, de todos los seres o de la vida misma.
El árbol es el símbolo de la resurrección universal cíclica de la vida y su sola presencia asegura que la vida siempre resurge, que la vida siempre supera el estadío de la muerte y de la disgregación, el árbol como símbolo va a estar fuertemente asociado con otro símbolo universal, que es el símbolo del centro.
El árbol suele estar emplazado en un centro, que no es de naturaleza material, geométrica, no es el centro de una figura circular o de un cuadrado, sino que es un centro espiritual de la vida, es un omphalos, un ombligo, es un axis mundi (aro del mundo), un lugar donde la vida originalmente surge.
La vida siempre es creada e irradiada desde un centro, el árbol vuelve a poner en acto ese centro del cual toda la vida surge.
Son múltiples los ejemplos de árboles que ocupan ese centro simbólico espiritual desde el cual surge la creación: en la mitología germánica el universo es creado a partir de un fresno, en la tradición judeo-cristiana hay un árbol en el centro del jardín del Edén, el árbol de la vida, que hay que diferenciar del árbol del conocimiento del bien y del mal relacionado con la caída.
El árbol de la vida encarna simbólicamente ese lugar de fuente, de origen, de emanación primera de la vida.
Otro árbol famoso es el de la tradición budista, el árbol Bo bajo cuyas ramas Buda alcanza la iluminación y el conocimiento de la verdad.
No podemos dejar de nombrar el árbol de la tradición cabalística, el árbol sefirótico, símbolo del centro, origen del cual surge la vida, el árbol como símbolo de lo absoluto de la vida.
Los griegos tenían dos palabras para referirse a la vida, mientras que en las lenguas modernas sólo tenemos una.
Bíos, en el mundo griego es la vida física, la vida particular, individual, la vida biológica y zoé, la vida en su sentido universal.
Desde la sabiduría antigua el bíos, la vida orgánica, la vida del cuerpo al morir vuelve a la zoé, es decir nuestra vida particular sería como un río que vuelve al mar, a ese principio universal que es la zoé.
Entonces la zoé está compuesta de vida y de muerte, es decir el conjunto del ciclo de la vida en términos cosmológicos, no individuales, porque para el individuo cuando se termina el bíos, se termina el ser individual, se termina la vida del cuerpo, pero hay una parte esencial del ser humano que pertenece al orden cósmico y que vuelve a él, por lo cual la muerte es parte de la vida y al morir gana más vida. Ese hálito de vida que es el alma, la psyché, es lo inmortal en el hombre. Para Platón el alma se asocia con la vida, y en tanto se asocia con la vida es inmortal, lo cual significa que la vida en sí misma excluye la idea de muerte.
Bíos y thánatos, la vida y la muerte, están en un mismo plano, el plano de los opuestos; es muy distinto estar vivo que estar muerto. En esta dimensión bíos se opone a thánatos, la muerte es una realidad que trae sufrimiento y esa es la realidad de nuestra vivencia concreta pero la zoé está en otro plano, y lo que se trata de expresar a través de los símbolos es que la muerte es la manifestación de la zoé.
La vida como bíos es una máquina de vida y muerte y la zoé es la vida eterna. Éste es el misterio de la vida indestructible, que es el misterio de los misterios.
La resurrección, núcleo de la vida indestructible, es la presentificación y el recuerdo de lo que es un misterio en la vida misma.
Mientras el bíos que es la vida biológica se termina con la muerte, la zoé , la vida como principio universal, la vida eterna, se realimenta con la muerte.
La muerte –que es duelo para los seres queridos- es más vida para el cosmos. Entonces la muerte en este sentido, es más vida, no es muerte, a eso se refiere el misterio de los misterios.
En el Nuevo Testamento aparece el mismo significado cuando afirma que si el grano de trigo no muere, queda solo, en cambio si muere trae muchos frutos.
De manera que la muerte se convierte en condición necesaria para la revitalización de los ciclos de la naturaleza.
La zoé, en el mundo antiguo es vida-muerte-vida, es un ciclo, la vida muere y renace. Este es el ciclo de la vida indestructible, que es expresado en un mitema, un mito básico que se encuentra en muchas culturas del mundo antiguo: el mitema del dios sufriente, un ser divino, dios o semidiós que vence las fronteras de la muerte.
Este símbolo se encuentra en los cultos egipcios de Osiris e Isis, en Grecia en la figura de Dioniso, en los cultos de Frigia de Atis y Cibeles, en la figura de Cristo.
El mitema del dios sufriente expresa cómo el bíos que es la vida particular y determinada, pequeña y pobre manifestación de la zoé y como tal opuesta a la muerte, se continúa en la zoé que es el principio de la vida eterna.
Por Lic. Susana Stacco