LA VIDA… UN CAMINO
La vida en sí misma no desarrolla del todo al ser humano. Uno se desarrolla hasta cierto punto, que es la formación de la personalidad. Aquí se detiene y no sucede nada más. La vida… un camino.
La vida… un camino.
Alcanzamos el desarrollo necesario para funcionar en el mundo: un trabajo, un oficio, profesión, posiciones, posesiones…y empezamos a morir.
En realidad la personalidad es una mínima parte de lo que el ser humano puede llegar a ser. Es apenas la punta del iceberg.
Lo que le preocupaba a la filosofía antigua no es tanto lo que el hombre es sino lo que puede llegar a ser.
El desafío es apostarle al camino de la realización que es un proceso de integración para ir logrando estados de mayor plenitud.
Plenitud es llevar al máximo el propio ser y la propia conciencia.
Hay un llamado interior porque “el Ser quiere ser”… “Que llegues a ser quien eres” decía Píndaro, el poeta griego.
Surgen puntos en nuestro camino que nos invitan a despertar; a veces la vida misma nos impone saltar (un hijo, una crisis económica, una enfermedad) esto es realizar, no un cambio cosmético sino una verdadera transformación.
Podemos enterarnos o no enterarnos nunca de este llamado, o resistirnos al cambio; esto dependerá de nuestra lucidez, de nuestra fuerza interior, de nuestro libre albedrío.
Y si uno no se anima a saltar comienza el sinsentido, el descreimiento, la vida se empobrece y uno se va haciendo más duro, más rígido, fijado en una modalidad que se repite, la vida se va apagando, y se acabó.
En cambio, si uno se anima, se inician procesos de búsqueda para ir logrando grados de verdad que van produciendo saltos de conciencia y una transformación.
El proceso de transformación es una conquista de mayor conciencia y libertad.
Es como si dijéramos “morir para el que era y nacer como el que puede llegar ser”. Es una transmutación. Toda transmutación supone un renacimiento pues se alcanza una nueva forma de vida, una nueva manera de estar en el mundo, de comprenderlo, de relacionarse con los otros seres humanos y no humanos, con la realidad.
Por Lic. Susana Stacco