EL CLIMA DE LA ÉPOCA
El clima de la época…
El autor del prólogo del libro de Michel Foucault “Hermenéutica del sujeto” describe de la siguiente manera el clima de nuestra época: “Poder irresistible de las riquezas sobre las relaciones, petrificación mecanizada de la vida social, imperio de la razón instrumental y burocrática, crisis de los ideales….nos encontramos ante los rasgos conformadores de un sistema que dirige la economía y a través de ella, el destino cotidiano del hombre”.
Vivimos en un mundo cuantificable y cuantificado, regido e interpretado por valores numéricos, estadísticas y porcentajes, en donde sólo existe el cálculo y la experiencia en su aspecto cuantitativo, medible y calculable. Los aspectos cualitativos, espirituales, sutiles de la experiencia se perdieron en la noche de los tiempos.
Así es como la existencia se encuentra privada de cualquier verdadero significado. Esto tiene como contrapartida una vida más reducida, informe, lábil.
Este empobrecimiento trae como consecuencia la progresiva dependencia del hombre respecto de las cosas, su propia cosificación.
La reducción del ser humano a una cosa es un proceso lento y silencioso que nos va adormeciendo.
El hombre dormido es el que vive en la inmediatez de una conciencia superficial, frágil y temblorosa que es absolutamente manejable.
La mente se mecaniza; saturada de imágenes digitalizadas y de información desordenada queda aturdida en un estado hipnótico, controlada por los poderes de turno y otros condicionamientos que viven encadenados a diferentes grados de profundidad.
El descreimiento, el letargo, el sinsentido, van ganando terreno, la vida se deteriora volviéndonos más compactos, más rígidos, fijados en una modalidad que se repite mientras la vida se va apagando.
Cuando avanza la indiferencia la presencia del otro es neutralizada por nuestra mirada, transformado en una “cosa”, obstáculo o enemigo potencial a controlar, a evitar o a destruir.
La compasión humana se entumece y así nos volvemos insensibles y cínicos. El otro no se reconoce como semejante, como una presencia que surge ante mí y a la cual debo respetar, sino que su sufrimiento nos deja indiferentes.
“El estuche ha quedado vacío de espíritu, quién sabe si definitivamente. …” escribía Max Weber en sus ensayos sobre el capitalismo (1904). “Nadie sabe quién ocupará en el futuro el estuche vacío, y si al término de esta extraordinaria evolución surgirán profetas nuevos y se asistirá a un pujante renacimiento de antiguas ideas e ideales; o si por el contrario, lo envolverá todo una ola de petrificación mecanizada y una convulsa lucha de todos contra todos”
Por Lic. Susana Stacco