EL TIEMPO BUENO
Cualquier espíritu que se vacíe de lo “inútil” tiene acceso a un tiempo bueno. Vaciar el espíritu, liberarlo de los deseos, da profundidad al tiempo. Y esta última vincula cada punto temporal con el Ser entero, con su aroma imperecedero.
El deseo hace que el tiempo sea radicalmente efímero, empujando el espíritu hacia adelante. Cuando se queda en reposo, cuando se recoge en sí mismo, aparece el tiempo bueno.
Quien vive el doble de rápido puede disfrutar de la vida del doble de opciones. La aceleración de la vida hace que esta se multiplique y se acerque al objetivo de una vida plena.
Este razonamiento resulta un poco ingenuo. Confunde la consumación con la simple abundancia. La vida plena no se puede explicar teoréticamente en función de la cantidad.
No es el resultado de la consumación de oportunidades en la vida. Tampoco la narración es el resultado automático del simple número o enumeración de los acontecimientos.
Esta más bien presenta una síntesis particular que se debe al sentido. Una larga enumeración de acontecimientos no genera una tensión en la narración. Una narración muy corta puede, al contrario, desarrollar una gran tensión narrativa.
Del mismo modo, una vida breve puede alcanzar el ideal de una vida consumada. La tesis de la aceleración no detecta el verdadero problema que consiste en que la vida actual ha perdido la posibilidad de concluirse con sentido.
De ahí proceden el ajetreo y el nerviosismo que caracterizan a la vida actual. Se vuelve a empezar una y otra vez, se hace zapping entre las “opciones vitales”, porque ya no se es capaz de llegar hasta el final de una posibilidad.
Ya no hay historia ni unidad de sentido que colmen la vida. La idea de la aceleración de la vida para su maximización es errónea. Si se observa con detenimiento, la aceleración se descubre como una inquietud nerviosa que da tumbos de una posibilidad a otra.
Nunca se llega a la tranquilidad, es decir, a un final.
Fragmentos del libro de Byung-Chul Han. "El aroma del tiempo"
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